Alivio a través de las lágrimas

Por: Becky Malca, Psicoterapeuta y Psicooncóloga

Una de las grandes angustias del ser humano se despierta cuando vemos llorar a alguien, ya sea por un dolor físico o emocional.  Es como si, de pronto, la escena nos paraliza y lo único que tuviéramos en nuestra mente y desearíamos decir sería: “cálmate, no pasa nada, todo está bien, no llores”.

Gran parte de esa postura se debe a que hemos crecido rodeados de mitos alrededor del tema. Llorar representa, para muchas personas, un acto de debilidad, vulnerabilidad, sensibilidad, cobardía, capricho, manipulación, entre otras. Es algo que se asocia con el género femenino y/o una acción que nos lleva a la depresión, pero no lo es.

Bajo este modelo, no es de extrañarnos que sea difícil encontrar la posibilidad de desahogarnos y desprendernos de aquello que nos aflige, restringiendo la conexión emocional con nosotros mismos y con los otros. Limitando así, nuestra capacidad de ser empáticos. Esto, sin lugar a duda, influye en la constitución y desarrollo de nuestra salud mental.

¿Cuándo lloramos y para qué sirve?

Al nacer, nos comunicamos a través del llanto, siendo este el medio que nos ayuda para expresar nuestros deseos. A través de las lágrimas, expresamos necesidades y reclamamos la atención de nuestros padres o de quienes nos cuidan y acondicionan el mundo, sintiéndonos protegidos y regulados, gracias al vínculo establecido con ellos. 

Con el tiempo, esta capacidad de llorar puede llegar a convertirse en una función terapéutica, al ser un medio para expresar nuestras emociones. 

Lloramos ante cualquier emoción, no sólo cuando estamos tristes o al afrontar una pérdida. También solemos hacerlo cuando nos sentimos bravos, frustrados, impotentes, avergonzados, confundidos, nerviosos, culpables, sorprendidos, e inclusive, cuando sentimos una gran alegría.  

Sin importar cuál sea la situación que estemos viviendo y las emociones que estas evoquen, cuando nos damos el permiso de llorar sentimos un gran alivio y menor peso emocional. Si bien la situación no queda resuelta por el sólo hecho de llorar, hacerlo permite soltar y regular la emoción. Nuestro cuerpo se limpia; libera hormonas que funcionan como calmantes emocionales, a la vez que elimina toxinas relacionadas con el estrés. Por esta razón llorar es considerado un analgésico natural al permitirnos calmar el dolor y poco a poco eliminarlo. 

¿Qué pasa entonces cuando bloqueamos la necesidad de llorar?

Generamos un desgaste emocional significativo que influye en la salud física y mental, ya que el cuerpo tiene que emplear gran parte de nuestra energía para intentar reprimir las emociones. Lo que, a su vez, genera un alto nivel de tensión interno que, poco a poco, tiene como resultado una debilidad en nuestro sistema inmunológico.

Es importante destacar que para muchas personas es difícil llorar, a pesar del deseo de querer hacerlo. Más allá, si dicho conflicto se deba a un tema de crianza, creencias, apariencias o un tema fisiológico, es imprescindible tener presente que la acción de llorar no es algo que se deba imponer, como tampoco algo que debamos bloquear. 

Si nos damos la oportunidad de conectarnos con lo que sentimos (identificarlo, nombrarlo y abordarlo), independientemente si lloramos o no, podremos afrontar la situación que estamos experimentando de una manera sana. Y si en el proceso, las lágrimas emocionales brotan, es importante permitir esta vía para facilitar la expresión de aquello que estamos sintiendo.

¿Qué podemos hacer cuando alguien llora?

  • Respetar su necesidad de llorar y darle su espacio si desea hacerlo solo.
  • Permitir que pueda desahogarse a su forma y a su ritmo (mientras esto no atente contra su vida ni la de nadie más).
  • Escuchar sin juzgar. Seamos empáticos.
  • Si tenemos un vínculo cercano con la persona afligida y la situación lo permite, podemos intentar tener algún tipo de contacto físico (ej. abrazar, mano en el hombro) como muestra de apoyo. 
  • Preguntar cómo lo podemos ayudar. Al preguntar, evitamos actuar bajo nuestras suposiciones.

A raíz de la pandemia, nos ha acompañado la sensación de incertidumbre por enfrentarnos ante una situación desconocida que involucra pérdidas, desafíos y aprendizajes. No es de extrañarnos que, ante este escenario, la necesidad de llorar se haya generado en muchas personas en diferentes momentos como una manera de liberar la carga emocional. 

Por tanto, es importante aprender y reconocer que llorar es humano y dista de ser un tema de género. No debilita ni desacredita, ni mucho menos, nos enferma. Es claramente un mecanismo natural y contamos con él para soltar todo aquello que nos entristece, altera o nos emociona. 

Dediquemos parte de este tiempo para reflexionar e identificar lo que estamos sintiendo. Recordemos que, aunque en el fondo no nos agrade llorar, es importante reconocer y experimentar el alivio que se produce a través de cada lágrima.