El día que volví a nacer

Por: Carolina Arosemena

Hace unos meses por poco pierdo la batalla contra la depresión, pero el poco sentido de supervivencia que me quedaba, y personas claves para mí, me salvaron la vida.

Es difícil escribir y exponer los momentos más íntimos y oscuros de mi vida, pero lo hago porque siento el deber de compartir mi historia para ayudar a otros que se encuentren en una situación similar. 

Cualquier persona puede padecer de una depresión en algún momento o tener a alguien cercano que la padezca.  En algunos casos, ella puede poner en peligro la vida de un hermano, un amigo, un padre, tu pareja, tus hijos, sobrinos o hasta un compañero de trabajo. Y, es más común de lo que queremos pensar, entre el 8% y el 15% de la población mundial sufre, a lo largo de su vida, de depresión. Según la Organización Mundial de la Salud, se calcula que 350 millones de personas viven con depresión en el mundo.

Y se trata de un tema complicado, porque hay tanto estigma, desinformación e ignorancia que la rodean, lo que con frecuencia puede aumentar el sufrimiento. Incluso, el que la padece evita hacerlo por el pánico a ser juzgado y etiquetado, de perder oportunidades y de ser menospreciado. 

No sé ni por dónde empezar mi historia. 

Recuerdo haber tenido toda mi vida la sensación de que había algo mal, algo fuera de lugar. A menudo me mostraba amargada, hiriente, grosera, me mantenía a la defensiva, y lo único que lograban era que las personas se alejaran de mí. Era capaz de entender el daño que le hacía a otros, pero no entendía por qué lo hacía ni cómo remediarlo. Mi familia no sabía lo que me estaba pasando y consideraban que era la parte “difícil” de mi forma de ser, de mi carácter. Con el tiempo, me di cuenta que la razón de todo esto es que he vivido con depresión desde más o menos los 13 años.

En un momento, a los veinte y poco años, estuve muy mal y fui al psiquiatra. Me recetaron pastillas, tenía el apoyo de mis seres queridos, empecé a comer mejor y a ejercitarme. Me sentía un poco mejor, pero luego de un corto tiempo volví a mis hábitos. Me sentía más madura y mejor que antes. Yo creía estar “curada”, pero sentía que la oscuridad seguía allí. Aún en ese momento, no entendía que esta es una condición que dura tiempo, y no se va de un día para otro.

Mi situación empeoró en los últimos dos años. Me enfermé, sufrí fracasos profesionales, problemas económicos y muchas decepciones. Yo luchaba para mantenerme positiva y alegre, pero ya con los tiempos de pandemia, un buen par de decepciones más, caí en lo más profundo del hueco: en la oscuridad más negra. 

Cómo se sentía la oscuridad 

Me sentía enferma, cansada, negativa, desganada, miserable, con insomnio. Lloraba  y caía en muchos pensamientos tristes cuando estaba sola. Hubo momentos de  luz, alegría y felicidad, pero volvía a  la oscuridad rápidamente. Me sentía muy culpable de no poder estar bien y feliz, por tener siempre una “tripa guindando”, cuando habían muchas cosas buenas en mi vida, pero simplemente no lo podía evitar. 

Llegué a pensar en desaparecer, en irme a vivir a un lugar lejos donde nadie me conociera a mí ni a mi historia y poder empezar de cero. Después, empecé a sentir que me quería morir. Estaba  demasiado cansada de luchar, y hasta llegué a pensar en acabar con mi vida. 

Me sentía en un infierno. En medio de esos pensamientos, durante cinco días seguidos no paré de llorar ni un momento. El poco instinto de sobrevivencia que me quedaba me llevó a enviar un pedido de ayuda disimulado a algunas personas clave. Una amiga-hermana supo exactamente qué hacer y me salvó la vida. Sin ella no hubiera conocido sobre este tema, probablemente yo no estaría escribiendo esto.

Un grito de ayuda

Ella habló con mi hermana de sangre Cesi, quien buscó orientación con doctores especialistas. Me llevaron al  psiquiatra, me recetaron antidepresivos y me internaron en casa de mi hermana, hasta que las pastillas hicieran efecto, y me mantuvieron en vigilancia cercana para cuidarme y evitar que me hiciera daño. 

El hueco mas oscuro me duró como 10 días más o menos. Permanecí acostada todo el tiempo, consciente, pero con la sensación de estar en una película de terror, de no ser yo, incapaz de aceptar esas medidas que me parecían desproporcionadas.

Como muchos otros en mi medio social y mi familia, había crecido con  la convicción de que estas cosas solo le pasan a las personas que estaban mal de la cabeza, y por supuesto yo no era una de ellas. 

La situación en que estaba, el encierro, la pérdida de libertad, me parecía humillante. No podía creer que yo, que me he considerado siempre tan independiente y centrada, era la “loca”. Me despertaba en las noches pensando que todo había sido un sueño y luego me daba cuenta que era mi realidad. Me aterraba pensar que después de esto la gente me rechazaría y estaría condenada al exilio social. 

Y, ahora, ¿qué?

Ya han pasado varios meses de todo esto. Estoy tomando antidepresivos y sigo siendo tratada por mi neurólogo, mi psicóloga y mi psiquiatra en perfecta armonía. Continuo teniendo problemas, ocasionales tristezas y decepciones, pero mi capacidad de manejo y mi manera de controlarme han mejorado notablemente. Me siento enérgica, positiva, alegre y divertida. En realidad, me siento mejor que nunca en mi vida. 

Esta es una faceta de mí que yo conocía bien, pero que nunca pude disfrutar más que por algunas horas, nunca de forma permanente. Ahora considero que esta “crisis”, ha sido providencial. Tuve que llegar a lo más bajo para poder ver lo que necesitaba para salir adelante. 

No puedo evitar pensar que he perdido muchos años que pudieron haber sido mejores, pero a la vez pienso que no podría apreciar y disfrutar tanto mi nuevo status, sin haber conocido personalmente todo lo opuesto. 

Los regalos que me ha dado 

También es probable que la depresión también me ha traído cosas positivas, mayor profundidad, capacidad de empatizar  con el dolor ajeno y entender el sufrimiento más oscuro, conectar con las personas a niveles muy profundos y fortalecer las amistades. 

Considero que esta crisis ha sido una lección de humildad y me ha regalado una herramienta para impulsar a otras personas a buscar ayuda. Como mencioné anteriormente, me he sentido motivada a contar esta historia para que sirva como ayuda, para advertir que la depresión es una enfermedad y alertar de la necesidad de reconocer cuando uno la  padece o la padece un ser querido. 

Cuántas veces en lugar de atender el sentimiento de otro, nos damos a poner etiquetas: “Fulanita está insoportable, no se puede hablar con ella, me voy a desconectar”.  

En estos tiempos los temas de salud mental se discuten con naturalidad, pero la realidad es que todavía cuesta aceptarlo. Un depresivo estigmatizado se avergüenza de que la gente se dé cuenta de que está mal y que lo cataloguen como depresivo o simplemente como una persona muy débil. 

Quisiera terminar este escrito, dejándote unos cuantos recorderis: 

  • El que pasa por una depresión no es un loco, no tiene una debilidad del carácter. La depresión es un tema médico y debe tratarse como tal, por lo cual es importante buscar ayuda. 
  • Los antidepresivos son un tratamiento correcto para una enfermedad. Es como cuando alguien sufre un retorcijón y toma medicina, lo mismo ocurre con las enfermedades de salud mental. 
  • La depresión no se quita con fe; no se quita con meditación; no se quita con palabras bonitas y motivadoras. La depresión no es la personalidad, la depresión nubla la personalidad y el carácter. No, no es cuestión de ser optimista y sentirse mejor. No, tampoco es cuestión que al que más cosas malas le pasa en la vida es el que está deprimido. 
  • La depresión no tiene solo una cara. Puede ser una persona que vive con depresión, como yo, puede pasar la vida deprimido sin que nadie se de cuenta. Puede ser funcional, lograr cosas a “medio palo” y considerar estar “bien”. 

Espero que mi historia ayude a romper el silencio, incentive a otras personas a buscar ayuda y nos demos cuenta que la salud mental es tan importante como la física. 

Gracias por leerme, 

Carolina. 

Adjuntamos listado de contactos de asistencia para quiénes necesiten apoyo psicológico. Recuerda No estás solo/a.

523-6800 – Instituto Nacional de Salud Mental

Linea 169 y R.O.S.A., opción 2 (Apoyo psicológico)
.
Línea Te Escucho Panamá
831-7600 o a través de llamadas por internet
http://www.instagram.com/teescuchopanama
www.teescuchopanama.org

Cruz Blanca Panamá

6674-9695/ 6020-9825 (Panamá) y 6872-4523 (Colón)

http://www.instagram.com/cruzblanca.panamena

Recursos Adicionales

Servicio de Atención Psicoanalítica: sapcontencionencrisis@gmail.com
http://www.instagram.com/sap_contencionencrisis y http://www.instagram.com/geppanama

Red de Apoyo Psicológico Panamá: apoyopsicologico.pa@gmail.com
http://www.instagram.com/apoyopsic.panama

Si la vida de algún familiar o amigo, o tu vida está en peligro, llama al 911 o busca ayuda inmediata.