Cuando se pierde un hijo

Por: Ana Cristina Angelkos, Psicóloga Clínica

Para las familias que buscan un bebé, una de las noticias más felices que pueden recibir es la de una prueba de embarazo positiva. Inmediatamente comienzan a vivirse un sinfín de ilusiones en sus mentes y corazones: ¿será niño o niña?, ¿a quién se parecerá?, ¿cómo le llamaremos?, entre otras tantas fantasías que todo futuro padre experimenta.

Pero para aproximadamente 15% de las familias, esta ilusión termina abruptamente cuando se pierde el embarazo. Las pérdidas gestacionales pueden ocurrir en cualquier momento del embarazo y por causas desconocidas o debido a condiciones médicas que toman curso durante la gestación. En todos los casos estas pérdidas son extremadamente devastadoras para la familia y en especial para una pareja que anhelaba la llegada de ese bebé al mundo.

Muchas veces, es difícil reconocer y elaborar dicho duelo pues para la sociedad resulta complicado el hecho de “llorar” o despedir a alguien que no se conoció, que no tuvo un cuerpo o una presencia física. Por lo tanto, se tiende a minimizar la pérdida, a restarle impacto emocional y a reducirla a frases trilladas como: “eso pasa”, “Dios sabe por qué hace las cosas”, “ya conseguirás otro embarazo”, entre tantas otras. Esto les resta a los padres la posibilidad de llevar un proceso de duelo por la pérdida de su bebé. 

Muchas veces se sigue adelante con la vida como si nada hubiera sucedido e incluso se procura buscar un nuevo embarazo para “reparar” la pérdida del anterior. Pero el dolor se lleva… muy adentro, bastante negado, pero se lleva. En ocasiones se manifiesta como irritabilidad, como inhabilidad para moverse en varios aspectos de la vida, como molestia con la pareja, familia o amigos, como distanciamiento entre la pareja, como refugio excesivo en otras actividades que logren evadir el pensar en el bebé perdido. Este dolor termina erosionando las vidas de los padres dolientes hasta que en muchas ocasiones se presenta un punto de quiebre, lo cual puede suceder meses o inclusive años tras la pérdida, y que los lleva a confrontarse cara a cara con ese sufrimiento negado y a revivirlo como si fuese actual, haciendo más difícil la recuperación.

Es por ello por lo que es importante y necesario poder dar lugar y reconocer las pérdidas gestacionales, que los padres puedan honrar la memoria de ese bebé que se ha marchado, que puedan reconocer su existencia y vivir las emociones que conlleva su pérdida: dolor, culpa, impotencia, rabia, vacío y desesperanza. Es importante permitir tener ese espacio en que los padres, de acuerdo con sus necesidades tengan la oportunidad de despedirse de su bebé, de reconocer las ilusiones perdidas, de manifestarle a su bebé todo lo que soñaron con su llegada. Que se dé la posibilidad de hacer un cierre como usualmente se haría cuando fallece una persona, aun cuando no haya un cuerpo físico que llorar. 

Dar espacio para la elaboración sana de un duelo, permite a los padres asimilar mejor su pérdida y poder continuar con la vida de una manera más funcional, con más resiliencia y con mejores posibilidades de proteger su salud mental y la de la familia completa. Permite mirar la vida aún con esperanza de un futuro mejor y dar un nuevo sentido de propósito.

Tras la pérdida de un hijo, no importa en qué etapa suceda, un padre nunca vuelve a ser el mismo; pero a través del reconocimiento de su dolor tiene la posibilidad de convertirse en una versión más resiliente de sí.

Ese padre podrá no tener consigo a su hijo físicamente, pero siempre lo llevará en su corazón.