¿Qué tenemos que ver los padres con el bullying de nuestros hijos?

Por Karen Lowinger, psicóloga clínica @confesionesdeunapsicologa

Numerosos estudios de psicología y crianza indican, de manera consistente, que los niños aprenden mucho más por modelamiento que por instrucción.  Esto quiere decir que su aprendizaje está mayormente influido por su entorno y su ambiente.

Las primeras experiencias de vida que tiene el niño son las más importantes ya que determinan la visualización de vida que va adquiriendo y se va haciendo una idea de lo que es correcto e incorrecto, aceptable e inaceptable.  Es por eso que los más allegados al niño tienen que estar muy pendientes de su comportamiento y actitud.

El bullying, por su parte, es un tema bastante complejo.  Quien agrede a los demás tiene sus propias dificultades que está direccionando en sus víctimas, sin embargo una de las creencias que los lleva a direccionar sus dificultades en otros es que tienen derecho a hacerlo. Tienen derecho de agredir/negligir al otro.

¿Qué tiene que ver esto con la crianza?

Cuando no somos capaces de ser corteses, de reconocer a otros con un simple saludo, les enseñamos que algunos sí merecen ser reconocidos y otros no, dependiendo de su género, religión, cultura, estrato socioeconómico, trabajo, color de piel, orientación sexual, etc.

Cuando los ignoramos a ellos, los acostumbramos a que está bien no incluir o ignorar a los demás.

Cuando hacemos comentarios despectivos como: “esa persona es rara”, “está loco”, les mostramos que está bien despreciar a alguien por algo que, honestamente, es nuestra especulación.

Cuando nosotros estamos molestos y los agredimos, entienden que es un comportamiento aceptable cuando no estamos de acuerdo con lo que la persona hace.

No tenemos que estar de acuerdo con todo ni todos.  En un mundo de mucha incertidumbre es necesario guiar a los pequeños y criarlos con límites.  Pero es diferente explicar que despreciar.  Ellos no entienden el mundo y le comienzan a hacer sentido de acuerdo a nuestras palabras y acciones.

El mundo de nuestros niños sería muy diferente si los adultos fuéramos más conscientes del efecto de nuestras acciones y tenemos un trabajo arduo por hacer.  Tenemos que cambiar nuestra naturaleza estereotipada para ser mejores padres.

Lamentablemente, mientras no sean nuestros seres queridos aquellos que son las víctimas, pocos adoptan el compromiso de hacer un cambio.  No nos preocupamos mucho si no es nuestro hijo o sobrino quien llega a casa en lágrimas o se retrae porque lo molestan o no lo toman en cuenta.  Vale la pena preguntarnos si nuestra prioridad es criar a buenas personas que se enfoquen en sus logros o a personas que se sientan poderosas a raíz de sus logros en la escala social.

Es tiempo de cambiar. Por ellos.