¿Cómo promover un proceso de duelo sano en niños y adolescentes?

~ Acompañamiento de niños y adolescentes en duelo. II Parte ~

Por: Mgtr. Damaris J. Samaniego Q., Psicóloga Clínica

Es importante recordar que los niños y adolescentes transitan una etapa de múltiples cambios y pérdidas normales del desarrollo, que aún su maduración neurológica, cognoscitiva y afectiva está en evolución, y todo eso influye en su proceso de duelo. También interviene:

  • La personalidad del niño o adolescente
  • La calidad del vínculo con la persona fallecida; especialmente si dependía de la persona que murió
  • El contexto de la muerte; las circunstancias que rodean la muerte en tiempo de pandemia pueden ser factores de riesgo para que un duelo se complique
  • El estado general de salud del chico y de la familia, las reacciones que manifiesten las personas significativas a su alrededor; los patrones de comunicación, de relación y la reorganización de la dinámica familiar
  • Las experiencias anteriores de muerte de seres queridos (incluyendo mascotas)
  • La posibilidad de relacionarse consistentemente con otro adulto, y con sus pares (principalmente para los adolescentes).

¿Cómo preparar a los niños y adolescentes para la muerte de un familiar?

En esta pandemia unas de las cosas que más sufren las personas y que puede alterar el proceso de un duelo normal es la no posibilidad de acompañar, ni de despedirse y la experiencia de sentirse solo. Por ello, es necesario que, desde que se llevan al familiar al hospital, más aún si está grave, irlos preparando:

  • Haciéndolos partícipes de la información que recibe la familia (con un lenguaje de acuerdo a su edad).
  • Diciéndoles que fulanito está muy, muy, muy, muy enfermo y no saben qué pasará, pero usted está allí para él o ella.
  • Animándolos a compartir lo que sienten ante esa situación (tal vez al ver una película o jugando sea más fácil conversarlo).
  • Exhortándoles a que hagan un dibujo, pintura o carta expresando lo que sienten por ese familiar que hospitalizaron o que exprese lo que sienten en ese momento (aun cuando el familiar no la pueda recibir, al niño y adolescente le ayudará para ir procesando y asimilando lo que está ocurriendo, y despedirse simbólicamente cuando llegue el momento).
  • Es importante permitirles en lo posible, aunque sea por medios tecnológicos, que hablen con su familiar hospitalizado.

Con esto destaco la necesidad para niños, adolescentes y adultos de realizar un duelo anticipado especialmente en el contexto de esta pandemia, porque las tareas de duelo que se realicen antes, durante y después de la muerte de un ser querido disminuyen los factores de riesgo de un duelo complicado y así se previenen enfermedades psiquiátricas como trastornos depresivos, trastornos de ansiedad, estrés postraumático, trastornos obsesivos, entre otros. Y es vital para los que acompañen en este proceso, ser doblemente empáticos.

Un espacio de expresión emocional

Los primeros que deben darse permiso a sentir y sentirse cómodos “sintiendo” son ustedes; los adultos. Recuerden que el trabajo de acompañar en duelo los confrontará con su propia realidad, temores, carencias, necesidades, añoranzas y finitud, por lo que deben hacer trabajo interno.

Desde allí podrán acompañar, especialmente a los chicos que sienten mucho pero no siempre saben identificarlo o cómo expresarlo, o no quieren hacerlo por temor a “sobrecargar a la familia” y es cuando debe intervenir el adulto para modelar la gestión emocional: dando los mensajes de forma clara, manifestando de forma regulada sus propias emociones y expresando afirmaciones como: “está bien pedir ayuda y hablar de lo que sientes”, “no me harás sentir peor si me lo compartes”, “podemos llorar todo lo que necesitemos”, “sé que esto duele mucho, pero yo estoy aquí para cuidarte”.  Lo primordial siempre será: dar espacio a la expresión emocional para prevenir alteraciones en la salud física y mental.

Los chicos no siempre dirán que están tristes, a veces esa tristeza se traduce en irritabilidad (es expresada como ira principalmente por adolescentes varones), en problemas de conductas o alteraciones fisiológicas, como decir que “sienten mucho frío” lo cual refleja el abandono emocional que pueden estar experimentando; también puede haber somatizaciones (como dolores de barriga, de cabeza, resfriados frecuentes, alergias…), regresiones (como volver a orinarse en la cama, jugar con juegos de cuando eran más pequeños, chuparse el dedo…). Dependiendo de la edad, los chicos pueden ser más autorreferentes y puede estar presente el pensamiento mágico que les hace pensar que la muerte de ese ser querido es por algo que ellos dijeron o hicieron u omitieron, esto es algo que debe observarse y aclararse.

También hay que pensar en las dificultades que puede presentar el doliente sino procesa adecuadamente esa pérdida significativa, según su etapa del desarrollo psicosocial; p.ej.  un niño de 9 años puede desarrollar la sensación de “no ser competente”. Así mismo, la conciencia de muerte va evolucionando con la edad: antes de los 3 años la muerte se vive como abandono y amenaza a la seguridad; hasta los 5 años los niños pueden representarla como un sueño o viaje largo, desde los 5 hasta los 9 años pueden entender que algunas personas fallecen, a partir de los 9 años, la muerte adquiere el carácter irreversible y universal; en la adolescencia se viven intensamente las emociones (Nagy, 1948; Speece y Brent, 1984).

¿Cuándo deben motivar la búsqueda de atención especializada?

Por la situación actual siempre debe ser una recomendación, pues existen muchos factores de riesgo en torno a forma en que se desarrollan las muertes: sin la posibilidad de acompañar al enfermo, muchas veces de forma repentina, sin despedidas, en soledad, sin que la familia pueda movilizarse a acompañar a los dolientes, las escenas que quedan plasmadas al ir a reconocer el cuerpo, etc. son tantas cosas nuevas a las que la mente sigue tratando de adaptarse. Sumado a lo anterior:

  • Si quien fallece es la madre /el padre o el cuidador principal
  • Si hay reacciones emocionales intensas y prolongadas (de enfado, llanto, o se va al polo opuesto mostrando mucha alegría)
  • Si hay reproches continuados hacia el fallecido o hacia sí mismo (conductas autodestructivas, ideaciones suicidas o realizar actividades de alto riesgo- sobre todo en adolescentes)
  • Si hay cambios extremos en el comportamiento, en el rendimiento escolar y/o retraimiento prolongado
  • Perturbaciones frecuentes del sueño (pesadillas, terrores nocturnos)
  • Apatía, falta de interés o insensibilidad emocional que no les permite conectar con otros
  • Pérdida de peso y apetito, o comer en exceso
  • Añoranza y anhelo continuado por la persona perdida luego de un tiempo prudente
  • Idealización del difunto, imposibilidad de desprenderse de los objetos del difunto (ej. querer usarlos siempre)
  • Continuar negando la pérdida (decir que no ocurrió o que la persona regresará)
  • Hay esfuerzos frecuentes para evitar los recuerdos, asume continuamente los roles del fallecido o responsabilidades que no les compete
  • Si ya había un padecimiento emocional antes de la pérdida, si la muerte fue traumática, si la relación con el difunto era conflictiva o muy ambivalente, o si el doliente está aislado.

(Kroen, 2002; Tizon, 2013).

Una manera de procesar las pérdidas es a través del arte en sus distintas manifestaciones: promuevan el juego simbólico, los cuentos, cantos, danza, uso de títeres, los dibujos, pinturas, la fotografía, cocinar, la escritura, etc., porque a través del arte se crea, y la creatividad es un ingrediente necesario para desarrollar resiliencia. Además, es necesario hablar sobre el fallecido (seguir recordando las vivencias compartidas), incluso si quien falleció es una mascota. Siempre hay que abrir espacios para conversar sobre el tema en la casa, en la escuela, en la catequesis… los niños entienden mucho más de lo que a veces pensamos.

Les hago esta recomendación con mucho hincapié y cariño: dense el permiso de recibir ayuda, busquen a un terapeuta que los acompañe en este tránsito; orienten a sus familias para que reciban ayuda especializada, y recuerden siempre que “Con la vinculación, se llega a la sanación” (Samaniego, 2018), que estén muy bien.