Trauma, apego y resiliencia: el rol de la familia

Por Katia Boyd, psicóloga clínica @insightclinicpty

En el presente escrito, se pretende comprender la relación entre el apego positivo y el rol de la familia como escenario fundamental para que el individuo, en sus primeros años de vida, genere un banco de herramientas que le permita adaptarse a la vida cotidiana y superar las crisis y retos que ésta le presente. La pregunta sería:

¿Cómo el establecimiento de un estilo de apego seguro con los cuidadores primarios, afecta el desarrollo de la resiliencia?

El buen trato y el cuidado afectuoso en la crianza de niños y niñas constituyen el escenario por excelencia de la salud mental en el adulto. Así, la resiliencia se desarrolla en la niñez a través de un proceso que involucra factores fisiológicos y ambientales. Ahora bien, el desarrollo del individuo no puede ser entendido apropiadamente sin considerar el rol crítico que juega la familia en el proceso evolutivo del niño.

La familia constituye la unidad nuclear primordial de la sociedad. Está formada por una agrupación de individuos que, unidos por una red de lazos emocionales y de parentesco, funcionan como una entidad con vida propia. Es más que la suma de sus partes, es un sistema que funciona como una organización dinámica, única e irrepetible, cuya función principal es asegurar el desarrollo físico y emocional de sus integrantes: satisfacer sus necesidades básicas de afecto, protección, soporte, alimento y cuidado de la salud de sus miembros. Es dentro de este sistema donde la pareja conyugal busca satisfacer sus necesidades sexuales, emocionales y de estabilidad. Pero también, como una unidad parental, la pareja brinda cariño y se entrega para que los niños puedan desarrollarse, sirviendo como guías, educadores y modelos para su descendencia.

El apego seguro y la confianza básica

La calidad y naturaleza del cuidado que reciben los niños de sus padres, influirá profundamente en su desarrollo emocional: su vulnarabilidad a la frustración y la agresión; su capacidad de contener la ansiedad o los sentimientos de desamparo e ira que puedan experimentar en situaciones adversas. Erik Erikson (1950) describió el concepto “confianza básica” que desarrolla el niño y que tiene que ver con la seguridad en sus vínculos de apego hacia sus cuidadores primarios. Si los padres exponen al niño a una relación de afecto en la que prime una sensación de seguridad, es probable que el pequeño también aprenda a confiar en sí mismo y en los demás. Por el contrario, el desarrollo de la desconfianza puede llevar a sentimientos de frustración, sospecha o insensibilidad por lo que ocurre en un entorno del que esperan poco o nada.

Cuando el sistema familiar es capaz de ofrecer a sus miembros un ambiente nutricio, cálido y sano puede constituirse en fuente de habilidades resilientes a favor del desarrollo de sus integrantes, principalmente aquellos más vulnerables, los niños. La resiliencia o capacidad de enfrentar y salir fortalecido de situaciones adversas, se desarrolla desde la niñez en la interrelación de varios factores: sociales, familiares y ambientales. Un ambiente familiar positivo y firme ofrece al individuo la oportunidad de fortalecer sus procesos adaptativos en cada etapa del desarrollo, creando estrategias para prevenir conductas riesgosas e internalizar herramientas para enfrentar su futuro. Es en la famila, desde la consolidación del apego, el escenario por excelencia de la salud mental en adultos.

Trauma y resiliencia: ¿qué hacemos con el dolor?

Ahora bien, la resiliencia y el trauma guardan una relación muy particular, son dos conceptos que están íntimamente relacionados. Ante una situación en extremo dolorosa ¿qué se hace con ese dolor tan profundo? ¿Es posible encontrar alguna salida? ¿Cómo acompañar a alguien en esa situación? Según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), “el trauma es un choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente”. Esto quiere decir que, luego de una experiencia muy intensa, muchas veces ocurre una ruptura o choque que traspasa los niveles de estímulos que la mente es capaz de procesar; la mente queda herida.

Sigmund Freud (1920) explica que, como resultado del desarrollo, se crea en el cerebro una sensibilidad que funciona como una capa protectora que permite la selectividad de los extímulos externos. De esta manera se pueda mantener un equilibrio viable para poder lidiar y procesar la experiencia. Por ejempo, en el caso de los bebés y los niños pequeños, esa función de barrera o filtro la cumple el cuidador principal, a través de su propia sensibilidad para sentir y comprender lo que su bebé no es capaz de manejar en un momento determinado. En el adulto, esta capacidad de regulacion y de protección ya se ha internalizado. Sin embargo, por bien que un individuo se sienta capaz de ocuparse de lo que cree es su propio bienestar, algunos podrían abrumar esa capacidad llevando a la persona a un sentimiento de desorganización extrema; la violencia es uno de ellos.

En las familias que atraviesan problemas de violencia, existe un predominio en la jerarquía, es decir el poder es desigual y rígido. Existe una figura familiar con más poder, que en la mayoría de los casos, sería el progenitor dominante y el que abusaría del otro con menor poder, que podría ser la pareja y/o los hijos. Este desequilibrio en el poder muchas veces está dado por la historia personal, en un bagaje que se repite a través de generaciones. Quienes están involucrados en este tipo de relaciones perpetúan la violencia a través de maniobras de control que, paradójicamente, tiene como función mantener la unión familiar. La estructura y dinámica que se producen en este tipo de abuso afecta a la víctima y a todos los integrantes del sistema familiar.

Familia sana y familia extendida

El desarrollo humano está determinado por el entorno en el que se desenvuelve, siendo la familia su pilar fundamental. La calidad de las relaciones intrafamiliares establecidas dotarán de herramientas y oportunidades a sus miembros, quienes tendran la oportunidad de desarrollarse en salud mental. Siguiendo esta línea, las interacciones sanas y nutricias entre padres e hijos, cimientan las bases de la autoestima de los niños, estabilidad emocional y herramientas fuertes y flexibles como forma de enfrentar y adaptarse a situaciones estresantes. Se puediera entender, entonces, que el apego positivo ofrece un ambiente nutricio favorece a la resilencia. No obstante, no se puede hacer una relación unidireccional pues la evidencia nos revela que hay personas resilientes que han sido víctimas de abusos extremos.

La familia es saludable en la medida que posibilite el crecimiento y el desarrollo de sus integrantes. Sin embargo, cuando la familia falla en ofrecer su función de protección y fuente de afecto, existen otros sistemas como la familia extendida, la iglesia, los grupos de amigos y deportivos; que adquieren roles afectivamente significativos y que pueden suplir, como fuente externa, las necesidades de protección y afecto, dándole la oportunidad al individuo de poder volver a confiar en la bondad fundamental de los propios objetos; el mundo mismo, tanto interno como externo.

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