Agudizando nuestra escucha

“Mamá, ¿por qué el tío se hizo daño?, ¿se quería suicidar?”. Silencio en la línea.

El suicidio, históricamente penalizado y estigmatizado, suele dejarse en un segundo plano a nivel social. Hoy en día, puede existir un gran desconocimiento y falta de consciencia sobre las conductas suicidas. En consecuencia, aproximadamente cada 40 segundos, una persona decide quitarse la vida por medio del suicidio (OMS, 2014). ¿Cómo se llega hasta ahí?

El suicidio es un fenómeno complejo, multifactorial y dinámico, es decir, al pensársele debe reconocerse la “influencia de factores psicosociales, demográficos, económicos y culturales” (González et al., 2008). Ante el estrés ensordecedor de vivir en sociedad, muchos individuos pueden optar por afrontar las presiones sociales percibidas poniendo en peligro su salud mental y física. Entonces, ¿qué frecuencia sintonizamos para escuchar mejor?

La familia es un sistema fundamental para la detección de estas interferencias. Los cuidadores primarios, por medio de la comunicación y el monitoreo, podrán ser participes de la vida de sus seres queridos, adquiriendo múltiples oportunidades para reconocer y validar las emociones de sus miembros, tal como para ofrecer el apoyo que consideren necesario. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando esta escucha activa no está entrenada?

A falta de una concientización que les permita responder de manera asertiva ante estos cambios, los familiares pueden desconocer sobre las conductas de riesgo, promoviendo la normalización y minimización de su impacto sobre su salud mental. En búsqueda de aminorar las interferencias en la línea, hace falta eliminar los prejuicios y los estigmas sobre la salud mental. 

Algunas de  las principales conductas de riesgo que podemos tener en mente, de acuerdo a Cardozo y Dubini (2005) son: indisciplina, problemas de conducta y hechos violentos, consumo de alcohol y otras drogas, sexualidad no responsable, y trastornos de alimentación. Buscando evitar, a toda costa, los atajos cognitivos relacionados al ciclo vital, “es un típico adolescente malhumorado” o al género, “se la pasa llorando porque es niña”, para filtrar la escucha.

Al nombrar el malestar se rompe el silencio, permitiéndonos ser sensibles al riesgo, y por ende, ofrecer respuestas a ese llamado que muchas veces brota sutil y no-verbalmente, del cuerpo de nuestros seres queridos. ¿Qué señales de alerta podemos tener en mente? Goldston (2009), considera las problemáticas en las relaciones interpersonales, en la familia, en la escuela, en el manejo de la rabia, presencia de sintomatología depresiva, daño a sí mismo y desesperanza.

Revisemos nuestros canales de comunicación. Mantenerlos limpios de estereotipos y expectativas, nos permitirá tener relaciones sociales basadas en vínculos sanos, y ser para el otro una red de sostén y de cuidado. Agudicemos nuestra escucha y ofrezcamos respuestas pensadas, en vez de silencios o juicios. 

“Hija, hay veces que las personas pueden sentirse muy tristes, ese dolor puede llevarlas a tomar decisiones difíciles, como hacerse daño a si mismos. Es importante que sepas que tu tío tiene un trastorno mental que requiere de cuidado, y en estos momentos está recibiendo ayuda.”