Bullying, ¿lo puedes ver?

Por Emilia Smith V.
Al momento de pensar sobre el bullying, usualmente aparece en la mente la representación de la víctima o del abusador. El foco está puesto sobre quienes interactúan directamente en el conflicto. Expandiendo la visión, se aprecia el resto del panorama, se otorga luz a los espectadores.

En algún momento de la vida, ya sea en la escuela, la universidad, el trabajo, inclusive en la familia, ha tocado ser quien ve situaciones incómodas. Sin embargo, se torna válido cuestionarse, ¿cómo sabemos que se trata de bullying y no simplemente de una interacción negativa? Podemos considerar, tres elementos:
1. Repetición. No solo pasa una vez, se repite numerosas veces.
2. Diferencia de poder. El acosador es más fuerte que la víctima, a nivel físico y/o social.
3. Intención de causar daño. El acosador intencionalmente quiere herir a su víctima. No se trata de un evento accidental, existe un propósito.
Andando en pasillos blanco y negro, donde pareciera manda el desinterés, parece esconderse el miedo a posibles consecuencias de intervenir, tal como el
desconocimiento sobre cómo y a quién denunciar la conducta. Tratándose de situaciones incómodas e impactantes, puede ser difícil de entender para quien
observa, invitando a mantener la oscuridad del silencio y la falta de acción.
La pregunta crece, ¿hace falta saber que se trata de bullying para intervenir?
Saturados de inseguridad, se olvida ver a través del lente de humanidad, perdiendo de vista los sentimientos de quienes participan en la dinámica; especialmente las
víctimas, en quien suele caer la responsabilidad.
Por otro lado, parece olvidarse el impacto emocional sobre los terceros, quienes muchas veces pueden ignorar su inquietud interna. No se advierte que esta inacción
contamina, incrementando el estrés, la ansiedad, la desesperanza, e inclusive, la insatisfacción de continuar en el espacio en que con frecuencia se observa el abuso.
Gran parte estos sentimientos son difíciles de procesar, comprendiendo la motivación de no involucrarse. Aun así cuando nos detenemos a atender nuestra sensibilidad y empatía, damos energía a las señales de alarma. El panorama se tiñe de rojo-auxilio, permitiendo tantear entre la oscuridad una acción.

Entre un espectro de posibilidades, ¿qué podemos hacer para ofrecer luz?
1. Incrementar la empatía de los observadores, mediante ejercicios de role playing, para interrumpir la interacción agresor-víctima.
2. Desmitificar la creencia de que intervenir provocará que el agresor desplace su agresión y ser la nueva víctima.

3. Concientizar que al no intervenir, se dejan pasar comportamientos violentos
que invitan a normalizar la dinámica de abuso.
4. Empoderar a la juventud para no tolerar dichas conductas y brindar herramientas para intervenir asertivamente.
5. Inculcar desde temprano el sentido del valor propio y la voluntad de respetar a los demás, valorando las diferencias de manera positiva. Demos color a los sentimientos de la víctima, moldeemos forma, dotemos sonido, para que aminore la invisibilidad de las situaciones de abuso y violencia. Evitemos que permanezca la sensación de que lo que ocurre no es visto y atendamos las quejas. Al final, todos nos vemos impactados aunque no siempre lo percibamos.