Superando la depresión: Mi historia de resiliencia

Por: Shelly Bryan, Fundadora de Kavanna Tees

Eran muchas las expectativas que mi familia tenía de mí, cuando llegué a la adultez. Pero sobretodo, lo más importante para ellos era que yo no repitiera los errores que ellos habían cometido. Para así, poder tener la posibilidad de vivir un vida diferente. Ellos querían que yo pudiera estudiar, viajar y conseguir el éxito a nivel laboral. Siendo hija única de padres divorciados, es entendible que todas sus esperanzas estuvieran puestas sobre mí. Esta es mi historia de salud mental.

Un poco acerca de mi

Inicié mis estudios universitarios viviendo con libertad y disfrutando cada día al máximo, rodeada de amigos y conocidos.  Queriendo muchas veces tener la vida y experiencias de esas personas. Esto me llevó a tomar decisiones poco sabias. A la edad de 19 años, quedé embarazada ¡Qué golpe tan duro para mi familia! Su apoyo fue incondicional, sin embargo, yo notaba tristeza y  decepción en su interior pues sabían que mi vida estaba por cambiar de forma drástica y yo no estaba preparada para ello.  Me hablaban desde la experiencia, pues 19 es la misma edad en que mi mamá me tuvo a mí. 

Viví con mi madre y luego con mis abuelos por mucho tiempo, pues necesité de quien cuidase de mi hija mientras salía a trabajar. A pesar de que el padre de mi hija estuvo presente, su apoyo en nuestras vidas ha sido intermitente. Luego de separarnos, fue difícil lograr tener de forma consistente su apoyo económico, pero seguí adelante. Pude retomar mis estudios de licenciatura, continuar trabajando medio tiempo por un salario de $225 al mes. Sentí que hacía lo mejor que podía, pero a la vez tenía la sensación de estar estancada. Hubo un momento en que sentí que mi vida no avanzaba. Mirando hacia atrás, sé que solo eran inconvenientes, luchas, con muy pocos momentos de satisfacción personal, pero me sentí frustrada y, sobre todo, sin esperanza.

Mi momento de oscuridad

En el 2011, la víspera de año nuevo fue muy triste. No había nada dentro de mí que quisiera celebrar la llegada de un nuevo año. A pesar de que mi familia estaba afuera festejando, yo estaba en mi cama llorando desconsolada pues llegaba otro año y yo seguía estando en el mismo lugar, con las mismas situaciones y sintiéndome sola. Decía que me hacía falta algo, pero no sabía que. Me sentía vacía. Días después pensando analicé y dentro de mi dije “OK, quizás lo que te hace falta es acercarte a Dios”. 

Muchas situaciones mejoraron al fijar mi mente en algo distinto y creer que todo podía mejorar (sin saber que a eso se le llamaba fé). Me armé de valor y comencé a tomar acción. Decidí independizarme, mudarme sola con mi hija y echar hacia delante las dos. Y, con el apoyo de mi madre lo logré. El padre de mi hija me ofreció su apoyo compartiendo gastos del colegio y su familia cuidar de ella al finalizar las clases. Obtuve un mejor empleo, mucho mejor remunerado y a la vez más exigente. También, comencé una maestría en horario sabatino. El trabajo me consumía mucho tiempo pero veía mucho potencial en él. Esto ocasionó muchas discusiones con el padre de mi hija, que resultaron en palabras hirientes y mucho dolor emocional. Las cosas iban cuesta abajo y comencé a sentir mucho peso, llegó un momento en que su apoyo desapareció por completo. 

En vista de la situación tan apretada, decidí levantar un emprendimiento. Por desgracia, no me asesoré correctamente y luego de un tiempo y una gran inversión, mi proyecto fracasó. Me considero una persona muy responsable, no cumplir con un compromiso es algo impensable. Mirando hacia atrás, llevé las responsabilidades del hogar y el colegio lo mejor que pude, pero me sentía ahogada y sin salida. Decidí recortar todo lo que me parecía innecesario, decidí comer menos para que alcanzara más para mi hija, decidí vivir con lo básico. Estaba amargada, vivía en constante reproche y culpa.

Poco a poco empiezo a sentirme con mejores ánimos

Luego de un tiempo ya no pude balancear tanto y me derrumbé por dentro. Mis pensamientos comenzaban a atentar contra mi integridad física. Mi salud estaba deteriorada, decidí contarle todo a una muy buena amiga pues hasta ese momento “como adulta” había decidido ser responsable de mis asuntos, mi amiga me dijo: “Necesitas buscar ayuda profesional, el mejor consejo que te puedo dar es dejar ir esta situación, sé que da mucha rabia su irresponsabilidad, pero debes dejarlo ir”. Seguí su consejo y busqué ayuda, inicié un tratamiento psicológico que poco a poco me fue devolviendo la perspectiva correcta de la vida, el ánimo y las ganas de seguir adelante. 

Comencé a refugiarme nuevamente en la fé, a creer que todo podía mejorar para mí. Literalmente, ingresé en Google: “métodos para llegar a la felicidad” y tomé nota de algunos consejos y comencé a aplicarlos.  Comencé a llevar un diario en donde agradecía cada mañana las cosas buenas y enseñanzas recibidas. Aprendí que no todas las situaciones están bajo mi control absoluto y a veces, solo es necesario dejar las cosas fluir y tomarán el rumbo más favorable para tu vida. También comprendí que amor propio es entender que soy un ser humano, cometo errores y no debo castigarme por ellos. Es hablarme de forma amable y tener auto-compasión. Y, finalmente, entendí que lo más valiente que puede hacer alguien que tocó fondo es levantarse y volver a comenzar viviendo un día a la vez.

“Si te has sentido identificada/o con lo expuesto en este artículo o reconoces síntomas de malestar psicológico, contacta a un profesional de salud mental que te pueda apoyar”

 

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